El silencio claramente cotiza a la baja, en todos los sentidos. Las ciudades son terriblemente ruidosas. No hay tienda, restaurante, vagón de tren, centro comercial, etc, donde no se oiga música constante. A veces músicas terribles y altísimas. En muchas casas, la televisión está permanentemente encendida, aunque a veces nadie la mire. Hay ruido, mucho ruido en general en todas partes. Ruido externo pero también... ruido interno.
Nos cuesta parar. Tener pocos pensamientos a la vez. Pensamos, pensamos y pensamos casi sin parar, a veces al mismo ritmo que la música estridente que suena en muchas tiendas de ropa. Y esto, todo este ruido contrasta, y mucho, con la necesidad de los bebés cuando salen del vientre materno. "Haz vida normal, que se tiene que acostumbrar al ruido", dicen muchas personas cuando entran en una casa con un bebé recién nacido. Y yo me pregunto si la "vida normal" es la vida que tenemos llena de ruido a todas horas... ¿Es normal? ¿De verdad? ¿Debería serlo?
Quizá podríamos aprovechar la llegada de nuestros hijos, tanto cuando son bebés como cuando van creciendo (que, por cierto, también necesitan silencio), para alejarnos, aunque sea un poco, de tanto ruido. Es, yo creo, una muy buena oportunidad para buscar el silencio. Sí, silencio relativo, si se quiere, pero más silencio del que teníamos quizás hasta ahora. Silencio en casa: pongamos música flojita, tranquila, si es que tenemos ganas de escucharla. No gritemos ni hablemos demasiado alto. Bajemos el volumen de la televisión, si es que la queremos ver. No es necesario que tengamos una visita de 20 personas en casa porque habrá demasiado ruido, sin duda... Silencio cuando salimos: intentemos evitar los lugares estridentes, las tiendas agobiantes, los centros comerciales insoportables con un bebé (¡y sin!)... Y busquemos también el silencio interno, el que hay dentro de nosotros. Quizás ni lo recordamos, ¡de tanto ruido al que nos hemos acostumbrado! Lo encontraremos, si le damos espacio, si dejamos que vaya creciendo, si le permitimos "ser"...
Para mí es una manera de respetarlos (a nuestros hijos) y también de respetarnos a nosotros. Tengo la suerte de vivir en un lugar silencioso y no sabéis cuánto lo valoro. Cuando estoy en Barcelona y tengo que gritar para que, caminando por la calle, mi interlocutor me oiga, no puedo entenderlo. No puedo entender cómo podemos tolerar tanto ruido en todo momento! Me agobia. Y necesito entrar en el coche y volver a casa sin radio, sin música, sin nada. ¡Necesito silencio!
A mí me gusta mucho hablar (supongo que ya lo habéis notado), pero también me gusta mucho el silencio, mi silencio. Lo valoro, lo necesito. Y veo que para mi hija el silencio también es importante. Para ella y para los bebés y niños que tengo a mi alrededor. Cuando hay demasiado ruido, se inquietan, no están bien. Se excitan, se asustan, se atolondran. Ellos, que tienen el oído tan nuevo, tan fino, tan sensible... tienen que soportar casi siempre demasiado ruido. Evidentemente que no podemos tenerlos dentro de una vitrina, ni hace ninguna falta, pero sí es importante (creo), procurar espacios de silencio. Externo e interno. Nuestro y de nuestros hijos. Porque si no tenemos silencio no nos podemos conectar. Y si no nos conectamos a nosotros mismos, no nos conocemos. Y si no nos conocemos, no sabemos qué queremos. Y si no sabemos qué queremos, ni quién somos, sufrimos y nos perdemos y nos es casi imposible ser felices.
Míriam Tirado ha realizado también el espacio sobre gestación, parto y crianza "Tenir Fills" en el programa "el Matí de Catalunya Ràdio" de verano. Además realiza charlas y conferencias relacionadas con la maternidad y la crianza.
Gracias Míriam por estas inspiradoras palabras!
Fotografías: realizadas en La Garriga de Castelladral
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